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Si tienes miedo al cambio, esto puede ayudarte

01/14/2017

Todos los días desde mi consulta, atiendo a cientos de personas cuyo principal motivo para pedir ayuda profesional es, fundamentalmente, la ansiedad. Así que cada día me veo en la tarea de desenredar la ansiedad de la gente para descubrir su origen y poder trabajar sobre ello.

Miedo al cambio

En varias publicaciones previas he hablado sobre los tratamientos farmacológicos de la ansiedad y de la depresión, que la ansiedad puede ser la puerta de entrada a un trastorno afectivo como la propia depresión, y que los medicamentos en casos como estos son equivalentes a parches que ayudan de disminuir la intensidad del síntoma molesto.

Sin embargo, en el día a día, cuando escucho las historias de mis pacientes y analizamos sus circunstancias, lo que me suelo encontrar soterrado es un increíble miedo al cambio.

Parece natural tener miedo a que las cosas cambien, a modificar el status quo, a aventurarnos a hacer algo diferente. Cambiar implica salir más allá de las fronteras de donde nos encontramos a salvo y poner a pruebas nuestros mecanismos, nuestro ingenio, nuestra propia seguridad personal para hacer frente a nuevas situaciones y nuevos retos. “Genio y figura hasta la sepultura”, dice uno de nuestros refranes habituales.

Si nos ponemos a pensar, lo cierto es que el día a día supone constantes cambios de circunstancias, la mayor parte del tiempo pequeños y casi imperceptibles, otras veces más imponentes. Pero siempre están presentes, obligándonos a posicionarnos, a tomar decisiones y a movernos acorde.

Los cambios que probablemente más nos aterran son aquellos que nos vemos obligados a realizar cuando las circunstancias se hacen insoportables: dejar un trabajo porque el horario laboral es muy absorbente y la vida se ha tornado insatisfactoria, tomar la decisión de marcharse a un nuevo país empezando de cero, crear una empresa… “Ninguna persona cambia hasta que su situación se deviene insoportable”, dice José Antonio Marina.

La necesidad de cambiar surge desde la insatisfacción (con nosotros mismos, con nuestra situación, con nuestro entorno…) y el sentimiento de que, de alguna manera, algo nos hace infelices, nos atormenta, nos lesiona. Y que todo ese mal es real, nos produce un nivel de malestar muy elevado.

Es importante tener claro que cambiar no debe significar otra cosa sino ampliar, enriquecer, nuestra área de actuación. Debe servirnos simplemente para volvernos más versátiles a la hora de tomar decisiones, para sentirnos más cómodos y felices. En cualquier caso, el cambio debe verse como el medio para conseguir un beneficio, a pesar de que, inicialmente nos parezca una hazaña arriesgada y que -lógicamente- nos produce mucha incertidumbre.

Recuerda, como decía Honoré de Balzac, que “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”. Una simple modificación en nuestra conducta tendrá repercusión en nuestro entorno, nos ayudará a encontrarnos mejor, y sobre todo nos ayudará a plantearnos nuevos objetivos de cara a nuestro bienestar. ¿Qué podemos perder por intentarlo?